Eran las diez y media de la mañana de ése fatídico 22 de septiembre. A
parte de ser mi aniversario, era el imaginario aniversario de mi personaje
fantástico preferido. El 22 de septiembre es el aniversario de Bilbo Bolsón, y
junto a unos cuántos fans más de los libros de Tolkien, lo celebrábamos cada
año.
-Buenos días señor Fáramir. –me dijeron al entrar en la casa dónde se
celebraba la fiesta.
Fáramir era mi nombre en las “Reuniones Tolkien” . Todos allí tenemos un
pseudónimo. Está Gollum, el chico más viejo que asiste a las reuniones; está
Kili, el más joven de la pandilla i otros más. Los nombres están bien buscados,
ya que por ejemplo, Gollum, es un personaje con muchos años de edad, i Kili, el
enano más joven de la compañía de Thorin.
Pero vamos a lo que iba. Estábamos
celebrando la fiesta, con mucha música (de la banda sonora de las películas),
cuando de pronto, me empezó a sonar el móvil dentro de bolsillo.
Lo desbloqueé. En la pantalla se podía ver el nombre de “Carlos”, junto a
las palabras “Llamada entrante”. Entonces me empecé a poner nervioso, muy
nervioso. Es muy raro que tu jefe té llame a las tantas de la noche de un
sábado en el que no tienes que trabajar.
-Buenas noches jefe.
-Buenas noches, Eddie.-me dijo él.
Sí, Edie era mi nombre, y Edie era yo.
-Tenemos un grave problema- me anunció con voz grave-. En la calle
Chichester tenemos un clarísimo 5-67.
Eso era como ya me había dicho un grave problema. Un 5-67 era un caso de
suicidio, per habían descubierto al suicida.
-Dime, en que número se encuentra el suicida- le pregunté a Carlos-.
-Querrás decir “la” suicida, es chica. En el número 46.
-Voy para allá.
Colgué el teléfono y me lo puse rápidamente en el bolsillo.
-Lo siento chicos, pero tengo que irme, tengo un suicidio que resolver.
-Jope, que mala suerte, tío.
-La verdad es que sí. Pero el trabajo es el trabajo, y en éstos tiempos no
me la puedo jugar.
-Bueno, que se le va a hacer, pues hasta otra “Fáramir”.
-Hasta otra “Gollum”- nos reímos los dos-.
Cogí rápidamente el coche. Lo tenía aparcado delante de la puerta de la
casa dónde se celebraba la fiesta. Puse la sirena de policía que guardaba en la
guantera y puse rumbo al número 46 de la calle Chichester.
Cuándo llegué, el jefe Carlos me dijo:
-Eres el mejor agente que tenemos. Nunca antes habíamos tenido un policía
en el cuerpo que además fuera psicólogo. ¡Que suerte!
-¿En que piso está?
-En el segundo-me dijo otro agente, que había en la puerta de la casa-.
Me encontraba ahora, frente a la puerta de entrada a la habitación de ésa
mujer. Estaba cerrada, y desde dentro se oía llorar a la mujer.
-¿Quién está ahí dentro?- pregunté-.
-Está la chica y su madre- me dijo mi compañero.
-¿”La chica”? ¿Cuántos años tiene?
-Tiene doce.
Sin duda, ése sería un caso difícil de resolver.
Me dispuse a abrir la puerta, lentamente, para no asustar a la niña.
Puse la mano en el pomo, y lo giré. Abrí lentamente la puerta, y me
encontré con la madre de la niña tumbada en el suelo, y con la pierna
sangrando. Rápidamente me di cuenta de que la niña había disparado a la pierna
de su madre.
-Buenas noches… ¿Cómo te llamas? Yo soy Edie.
-Me llamo Núria, y tengo doce años.
Fue entonces cuando la niña se puso la pistola apuntándose en la cabeza.
-¿Qué estás haciendo? ¿Porqué te apuntas con una pistola?
-Usted no tiene di idea, y aunque se lo explique ¡no lo entenderá nunca!
-Estoy seguro de que soy lo bastante listo como para entenderlo- le dije
riéndome-.
En estos casos lo mejor, es transformar la situación. Tienes que conseguir
que la víctima se sienta alegre.
-No se ría –me dijo la niña-. No tiene ni pizca de gracia.
-Dime, que te ha pasado.
-Hace unos días me detectaron Alzheimer.
Me dijeron que dentro de ocho años ya no me acordaría de nada. Doce más
ocho hacen veinte. Ahora dígame, poli, ¿cree usted que es normal que con 20
años ya no me acuerde ni de mis propios padres? Yo le respondo: no lo es.
-Núria, todo tiene solución menos la muerte. Eso seguro que lo sabes. Hace
un tiempo se encontró una solución para el Alzheimer. Si se detecta en sus
inicios se puede curar.
-Me da igual. No quiero ir todos los días a un hospital y estar conectado a
un montón de cables. ¡Quiero ser como una niña normal! Los de mi clase se
apartan de mí como si tuviese la peste negra. ¡Estoy harta!
-Núria tienes que razonar…
-¡No me da la gana!
-¡Ahora!- grité yo de pronto-.
De golpe entraron rompiendo las ventanas y la puerta una docena de
policías, armados.
-Tira la pistola al suelo Núria.
La niña no tuvo elección. Era una contra trece policías armados. Cogieron a
la chica y se la llevaron a un centro especializado.
Allí la curaron y al cabo de tres años recobró una vida normal y corriente.
A mi me ascendieron de cargo, y me otorgaron una medalla de honor. Ése día
no será fácil de olvidar. Salvar la vida de una chica era el mejor regalo que
me podían dar el día de mi cumpleaños.